Cuando en 1726 Francisco Corominas, primer violín de la Universidad de Salamanca, replica a Feijoo defendiendo el empleo de las “nuevas músicas” en el templo, pone los ejemplos de Nebra o Vivaldi (entre otros) como “assombro del gusto y la destreza”. Seguramente Corominas no conocía a Haendel, pues de ser así también lo habría citado. El programa propuesto es una prueba palmaria de su argumento, a la vez que muestra el nuevo rumbo que tomaría la música sacra en países como Italia y España. Una música que, como diría Eximeno muchos años después “no elige el objeto, solo mueve los afectos”.