La acomodada realidad del jazz moderno se vio sacudida hace dos décadas por la inesperada presencia de un joven pianista que muy pronto encontró merecidas comparaciones con otros popes de las blancas y las negras como Bill Evans o Keith Jarrett. Ahí es nada. Su nombre ya venía formando parte de las tertulias jazzísticas gracias a colaboraciones con otros destacados referentes del jazz moderno como Joshua Redman, pero su gloria no encontró merecida aureola hasta que tomó las riendas de su propia historia. No había nada nuevo en su pianismo y, sin embargo, todo en él rezumaba originalidad y fuerza creativas. Hoy, en el umbral del nuevo siglo, el presente y el futuro del jazz no pueden entenderse sin Brad Mehldau (Florida, 1970) porque es un músico que le busca las espaldas al ritmo y la melodía y siempre anda tras el hallazgo de la vida. Al igual que el jazz, vaya.
A Mehldau se le reconocen maneras interpretativas exclusivas, aunque a veces recuerden los gestos de otro genio de teclado, Glenn Gould. Luego, la semejanza de su actitud y discurso jazzísticos con el mencionado Keith Jarrett no son tampoco gratuitos. Hay sin embargo, en la literatura pianística de Mehldau, palabras propias de su tiempo, en las que caben reelaboraciones de repertorios rockeros avanzados como los firmados por Radiohead. Hoy se reivindica junto al contrabajista Larry Grenadier y el baterista Jeff Ballard, aunque su visita a la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música esta vez se produzca en solitario, para poner en evidencia todo el jazz que se mueve en su cabeza y en sus manos.