La devoción a Santa María no podía distinguirse a menudo en sus formas, de la que el caballero sentía por su dama, de modo que el culto a la Virgen y el culto a la dama mundana crecieron juntos entre el curso del siglo XII y finales del XIII, extendiéndose con gran rapidez e impregnando muy pronto todas las manifestaciones de la creencia popular. A ese movimiento mariano que impregna la religiosidad de Occidente no estuvieron ajenas las grandes peregrinaciones que cruzaban Europa en la Edad Media.