Este concierto ilustra los grandes estilos musicales que podían escuchar, aprender y practicar los peregrinos, explorando la riqueza de las expresiones de la fe que entonces iluminaban el occidente europeo: París y la virtuosidad de su ciencia polifónica; Vézelay, lugar de composición del Codex Calixtinus; Aquitania y la profundidad de su poesía litúrgica y la dulce luz de su polifonía; Moissac y su dinamismo litúrgico que inunda la península ibérica; España y las tradiciones todavía vivas del canto mozárabe.