Se cumplen este año 2013 los cien del nacimiento de Benjamin Britten (Lowestoft, 1913-Aldeburgh, 1976), una de las figuras más significativas de la música del siglo XX y un compositor que ejemplifica en sí mismo, sin perder su personalidad en ningún momento, los distintos caminos seguidos por la creación de su propio tiempo. Britten no fue un vanguardista en época de vanguardias, ni un tradicionalista opuesto a tales renovaciones.
Alumno de un mentor tan abierto de miras como Frank Bridge (1879-1941), aprendió de él la necesidad de mirarlo todo con ojos receptivos, hasta el punto de que siempre ha gustado decir a los que han estudiado la obra de los dos, que finalmente el joven y brillante discípulo acabó infl uyendo en el generoso y siempre querido maestro. Cuando Britten empieza a desarrollar su obra, la música británica ha salido de la época de parálisis creadora que le aquejaba desde la muerte de Haendel. Stanford y Parry le quedan lejos, son herederos del romanticismo que trabajan lo que pueden para resucitar a ese muerto. Elgar lo consigue y Vaughan Williams es capaz, al fin, de introducir en la modernidad a una música que mientras revive su pasado va creando su presente.
Britten será, al mismo tiempo, reflejo de sí y de la música de su país. Será el compositor más famoso de Gran Bretaña y su obra una de las más interpretadas de cuantas se escribieron en el siglo XX. El secreto es sencillo pero tiene diversas caras. Todo nace de la capacidad de comunicar a través de un lenguaje que no renuncia ni al rigor ni a la belleza y que sabe que la pasión nace de la pertinencia de una forma capaz de sujetar la invención.
En la música de cámara como en la ópera, en las canciones como en las parábolas, en lo religioso y en lo profano, en la evocación del pasado y en el canto al amor, Britten aparece, además, como un creador transparente. Desde su infancia a sus ideas políticas, desde la conciencia de lo espiritual a la evidencia de la belleza caduca, su personalidad está en su obra del mismo modo que, indefectiblemente, su obra también es, y de qué manera, su propia personalidad.
El presente ciclo Britten Classics quiere pasar revista a la vertiente más íntima de la obra del compositor en sus cien años, la que recoge su producción camerística y vocal y que es, sin duda, quintaesencia de su producción completa y de las obsesiones –palabra especialmente interesante en él– que contiene. Y, como otras veces en las propuestas del CNDM, todo enmarcado en un contexto que la defi ne mejor en tanto en cuanto la sitúa en su propia tradición. Así, encontraremos junto a ejemplos señeros de la producción de Britten, otros que forman parte del origen de todo –John Dowland, Henry Purcell–, y aquellos procedentes de sus contemporáneos, que ayudan a definirlo y a explicarlo: su maestro Frank Bridge y su colega y, aunque mayor en edad, en buena medida contemporáneo, Ralph Vaughan Williams. De esta forma, el ciclo de cinco conciertos es también un apasionante diálogo entre la música británica antigua y moderna, desembocando en lo que podríamos llamar la época post-Britten, ejemplificada en su colaborador David Matthews –con precioso guiño mahleriano incluido– y en músicos a los que podemos situar, por así decir, dialécticamente frente al maestro: Oliver Knussen y Thomas Adès, dos ejemplos también de cómo la música británica ha resuelto brillantemente su presente y encara su futuro.
Punto y aparte para los intérpretes, empezando por dos cantantes españoles, el contratenor Carlos Mena y el tenor Lluís Vilamajó que –acompañados por Susana García de Salazar al piano y Carlos García-Bernalt al clave– se repartirán el primer día canciones antiguas y modernas. La otra gran voz del ciclo será la de Ian Bostridge, acompañado por Fretwork y Elizabeth Kenny a la tiorba en un programa que, igualmente, alterna Dowland y Britten. El Cuarteto Emerson sorprenderá a propios y extraños tocando a Purcell precediendo a los cuartetos Segundo y Tercero de Britten. Steven Isserlis y Connie Shih plantean un programa en el que el recorrido se amplía hasta el presente con Thomas Adés tras recordar a Frank Bridge. La Britten Sinfonia cierra el ciclo con una propuesta mosaico en la que se mezclan los géneros, una especie de antología en torno al autor de la Sinfonietta, con la que concluye tras haber avistado su posible –o no– presencia en Adès y Knussen, la relación con su maestro Bridge y el guiño a su albacea David Matthews con Mahler de por medio. En resumen: un recorrido apasionante hacia la esencia de Britten y su circunstancia creadora.


Luis Suñén


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