El jazz es un acto de creación sobre el terreno y, más que un lenguaje, es una actitud ante la música, un acto moral. Sin embargo, y por desgracia, los oficiantes de nuestro tiempo suelen ignorarlo, confundiendo su erudición y habilidades técnicas con logros artísticos. El resultado está derivando en una generación empollona y resabida que lo puede tocar casi todo y a toda velocidad, mucho antes de pararse a pensar si tienen algo que contar. No obstante, y frente a este “artisteo”, el jazz por derecho sigue saludándonos por la conjura inesperada de ciertos y contados músicos, en cuyo ánimo habita la necesidad de moverse y jugar, de rebelarse contra los modelos convencionales. Wayne Shorter (Newark, New Jersey, 1933) aprendió ese deseo de Miles Davis, un tipo que se asomaba al mañana por pura necesidad vital. Con más de cinco décadas de trayectoria impecable, Shorter sigue siendo uno de los grandes pensadores y agitadores del jazz moderno, al que él asiste desde una actitud forjada y madurada junto a compañeros amigos como Horace Silver, Art Blakey, Miles Davis, Herbie Hancock o John Coltrane. Al contrario de lo que pudiera parecer, él no se siente a vueltas de todo y por eso le sigue buscando el reverso a las cosas. El último de los testimonios discográficos, Without a Net (Blue Note, 2013), es justa prolongación de esa monumental entrega que fue Beyond the Sound Barrier (Verve/Universal, 2005), en donde convoca a un cuarteto de capitanes con el que está haciendo historia en el género por enésima vez, el formado por el pianista Danilo Pérez, el contrabajista John Patitucci y el baterista Brian Blade: probablemente el mejor cuarteto de jazz de nuestro tiempo.