La música de Bach es inagotable. Por sí sola y como pauta para entender todas las demás. Es el perfecto menú único pero también ese plato en torno al cual podemos degustar pequeñas exquisiteces que lo hacen aún más placentero. Todo se aprovecha de él, lo grande y lo pequeño, seguramente porque sabía muy bien que es la hondura y no la extensión lo que cuenta. Un preludio puede valer tanto como una Pasión y un breve ricercare lo que una fuga gigantesca. Es curioso: en su tiempo, a su muerte, Bach parecía pertenecer ya a otra época, hasta sus hijos parecían querer hacerlo desaparecer en una suerte de artístico reflejo freudiano antes de tiempo. Hoy su revolución, o la culminación del Barroco que representa, se nos aparece en realidad como todo un mundo que se explicara a sí mismo.
Este ciclo es, sobre todo, un diálogo. Como se diría antes, entre antiguos y modernos. Pero esta vez antiguo solo hay uno… bueno, dos en realidad porque también está Domenico Scarlatti, estrictísimo contemporáneo de Johann Sebastian. Y habrá quien asegure que ese antiguo –y el otro– son, sin embargo, los más modernos de todos. Es lo que tiene haber atravesado las barreras del tiempo. También lo harán, es de desear, en medidas diversas, sus acompañantes de ahora. Shostakóvich, Berio o Schnitke lo vislumbran desde el Olimpo. De los que aún cuentan felizmente entre los vivos encontramos en el programa a nombres que forman entre los grandes maestros –en todo el sentido de la palabra– de nuestro tiempo, extranjeros como Kurtág, Lachenmann o Rihm, o españoles como Joan Guinjoan, además de alguien que se mueve en terrenos fronterizos como Michael Nyman que estrenará una obra encargo del CNDM y del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, un Tomás Garrido en plena madurez y a los prometedores Jesús Navarro y Manel Ribera, que también presentan sendos estrenos.
El diálogo propuesto tiene una particularidad que no lo limita en absoluto, como los buenos músicos y los buenos aficionados saben perfectamente: se centra en instrumentos solistas, apuesta, pues, por una forma de expresión esencial, decantada, sólida y sin concesiones. Con instrumentos fundamentales en la obra bachiana: el clave –y el piano que no conoció–, el violín y el violonchelo.
Como si se tratara de no añadir ganga alguna a un mensaje que irradia en plenitud con medios simples. Para ello se cuenta con unos cuantos músicos de primera clase que han revelado de sobra su afinidad con ambos extremos del repertorio propuesto. Los artistas escogidos para llevar a cabo este encuentro de épocas, de estilos y de músicas son Nicolas Hodges, Lluís Claret, Isabelle Faust, Andrea Bacchetti, Pierre Hantaï, Elisabeth Leons kaja y Michael Nyman. Salvo en el caso del clavecinista francés –inmejorable para hacer dialogar a Bach con Scarlatti–, todos poseen un amplio espectro temporal en su repertorio, se mueven con soltura en aguas bien diversas. Y todos son garantía plena de que el diálogo nos incluirá también a los que solo vamos a escuchar.