El diálogo de Britten con la tradición se convierte aquí en impulso para la posteridad, en ofrecimiento del testigo en el relevo de una historia que no puede morir. Por eso este concierto termina con Thomas Adès, ese compositor que ha sabido seguir siendo un prodigio aunque haya dejado de ser niño. Todo empieza, otra vez, por Henry Purcell. Pero como el protagonista es ese músico imaginativo donde los haya que se llama Steven Isserlis, es un Purcell pasado por la personalidad del intérprete, nada menos que el Lamento de Dido pero para violonchelo y piano. Entre lo antiguo y lo moderno, dos piezas mayores, la gran Sonata de Frank Bridge, el maestro de Britten, y la sobrecogedora Tercera suite para violonchelo solo del protagonista del ciclo, con su enorme Passacaglia conclusiva –como en el Cuarteto nº 3 escuchado en el concierto anterior.