En los años noventa, y apoyado especialmente en los trabajos musicológicos de Dinko Fabris, Antonio Florio provocó una auténtica conmoción en el Barroco con sus incisivos trabajos sobre la música napolitana de los siglos XVII y XVIII. Mostró a todos un mundo fascinante, casi de frontera, en el que la calle y el palacio, la nobleza y el pueblo, la iglesia y la taberna se mezclaban para producir un repertorio híbrido, movido por la pasión y la luz. Caresana, Marchitelli y Veneziano son algunos de sus protagonistas.